A María y A Gloria                                  

 

“Huyendo del sonido

eres sonido mismo,

espectro de armonía,

humo de grito y canto”.

F. G. Lorca de Elegía al Silencio

 

EL SILENCIO CON MAYÚSCULA

 

                                             “Qué esplendida laguna es el silencio.

                                              Allá en la orilla una campana espera,

                                              pero nadie se anima a hundir su remo

                                              en el espejo de las aguas quietas”.

                                                                            

  

                                                                           Mario Benedetti 1998 Papel Mojado

 

El Silencio está detrás, detrás de la palabra, de la música, del ruido, al otro lado de la noche, del muro, debajo de la tierra, más allá del horizonte, más alto que el cielo, en las profundidades del mar. Cuando la Humanidad llegó a la luna encontró sobre todo silencio. 

No hacía falta ir tan lejos. 

También había Silencio más cerca, más adentro, en su propio interior, mezcla de emociones, imágenes y pensamientos difusos, bordeando siempre el lenguaje.

Primero fue el Silencio.

Silencio con mayúscula, oquedad, vasija infinita que pone en relación las resonancias de los seres y del mundo, cuya presencia continua sólo se manifiesta cuando se le presta atención. 

Se apaga un motor y el Silencio aparece como si para llegar a  percibirlo en toda su potencia nuestra alma necesitase tan sólo que algo callase.  

Más que un sonido, más que una ausencia, una sensación, un hueco insonoro que cubre el universo con su fuerza cósmica, una inspiración que nos puebla, que nos preña con su naturaleza tranquila e indecible cuyo sentido, sin embargo, nos empeñamos en desvelar. 

 

Silencio, para el arte, para la vida, ente abstracto origen de toda creación

Pero, ¿de qué materia está hecho el Silencio? 

 

Dada su naturaleza paradójica, ¿es un cuenco vacío, o habita en él algún sonido?

Lejos de la metáfora poética de Benedetti que encabeza este apartado, lejos de la laguna de aguas quietas, David Le Bretón dice: 

“El grado cero del sonido, aunque pudiera conseguirse experimentalmente mediante una privación sensorial, no existe en la naturaleza… Los movimientos del ser humano en su vida diaria van acompañados de un rastro sonoro”.  

Hagamos una prueba. Anoto ahora mismo el rastro sonoro de mi escritura: El zumbido de un moquito, el ordenador encendido, la respiración, la sangre que corre por mis venas, el ritmo dejándose teclear bajo mis dedos, la lluvia, el roce de la piel contra la ropa, la silla que cruje, la carretera a lo lejos… …Y, sin embargo, Silencio. 

No sé por qué me acuerdo de Machado…

“Rechinó en la vieja cancela mi llave:

Con agrio ruido abriose la puerta

de hierro mohoso, y, al cerrarse, grave,

golpeó el silencio de la tarde muerta.”

 

SOCIEDAD Y SILENCIO

 

Aunque el carácter profundamente existencial del Silencio con mayúscula ha prevalecido desde el principio de los tiempos, sin embargo, a lo largo de los siglos, en el ser humano ha variado lo que podíamos denominar el UMBRAL DEL SILENCIO, es decir,  el límite acústico que separa la percepción de este fenómeno frente a otras manifestaciones auditivas.  

Como todo lo que existe, el silencio es relativo, está sujeto a circunstancias de todo tipo, también históricas. No posee la misma relevancia en la época de Bach, por ejemplo, que en la actualidad. En el s. XVIII los estímulos auditivos cotidianos se ubicaban más en la esfera de lo natural que de lo artificial (entendiendo este último término no peyorativamente con el sentido de “falso” o “ficticio” sino con el de “hecho por el ser humano”). Sometidos al trasiego diario de los ruidos naturales (por aquel entonces lo más cercano a la contaminación acústica procedente del desarrollo tecnológico debía andar entre el golpe de martillo y el rechinar del carruaje), la música se convertía en una experiencia sonora de carácter casi milagroso mientras que el silencio se ubicaba dentro del ámbito de lo rutinario. Hoy en día, sin embargo, sometidos entre otros muchos ruidos a la planicie auditiva del hilo musical y a la saturación de mensajes y opiniones, infinitos, el silencio se ha vuelto incómodo para algunas personas y absolutamente necesario para otras. 

El individuo tiende invariablemente al embotamiento acústico, desde el estruendo de la discoteca hasta el sonsonete de la tele encendida a todas horas, con el fin de evitar el vértigo de la nada, llenando cada hueco ausente de rumor con algún eco.

Las personas que necesitan la sensación de quietud que proporciona el silencio,  lo tienen difícil sobre todo si viven en una gran ciudad. El dinero, desde luego, ayuda a encontrar la paz, porque un retiro sosegado, dada su escasez,  se ha vuelto valioso. El silencio se ha convertido en reclamo comercial: aquí y allá se anuncian lugares tranquilos  para vivir, comer, descansar en vacaciones… 

La necesidad de quietud del ser humano ya no es ni una obviedad ni un derecho, sino un lujo. 

Incluso en los medios artísticos se trafica con el silencio. Sirva como muestra esta anécdota.

En el año 2002, el productor Mike Batt recibió una denuncia por incluir en un disco de The Planets una canción titulada One Minute Silence en la que se escuchaba eso mismo, un minuto de silencio. La cuestión es que en la historia de la música existía un antecedente de este tipo, John Cage, compositor contemporáneo vanguardista y dado a la experimentación, que había registrado una obra parecida, o sea, silenciosa, llamada “4,33”. Los herederos de John Cage, sublevados ante este intento de plagio inaudible hicieron una reclamación millonaria de copyright. Las personas encargadas de juzgar el caso, quienes, aparentemente, no conocían el cuento de Juan de Timoneda en el que un juez ordena pagar el olor de un guiso con el sonido de una moneda, aceptaron el recurso.

… ¿Se puede plagiar el silencio?...

 

 

SILENCIOS Y PALABRAS

 

  • ¿Qué son estos trocitos de cinta que tiene usted en esta lata?
    Murke se ruborizó.
    -Son… -dijo-. Es que colecciono un tipo especial de recortes.
    -¿Qué tipo de recortes?
    - Silencios -dijo Murke-, colecciono silencios.
    Humkoke le miró interrogativamente y Murke continuó:
    - Cuando tengo que cortar trozos de las cintas, donde los oradores han hecho una pausa -también suspiros, inspiraciones o silencios absolutos-, no los tiro al cesto de los papeles; me los guardo.
    - ¿Y qué hace usted con los recortes?
    - Los uno, y me paso la cinta en casa por la noche. No es mucho; todavía no tengo más que tres minutos, pero es que la gente calla poco.
                      

           Fragmento extraído de “La colección de silencios del Dr. Murke” de                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           Heinrich Böll

          

Desde el punto de vista lingüístico, el silencio sólo es posible tratarlo desde la perspectiva del habla. Así, dejaríamos a un lado la abstracción mítica y universal, para centrarnos en los silencios, es decir, en el hecho concreto de que alguien en un momento determinado a lo largo de un discurso, no diga nada.

En este caso los silencios no denotarían vacío por llenar, pasividad en el lenguaje, sino que ambos, silencios y palabras, lejos de considerarse términos contrapuestos, serían activos y significantes.

A este tipo de signos los llamaríamos silencios elocuentes o expresivos y su aportación al conjunto del discurso estaría siempre en relación directa con las circunstancias comunicativas en las que aparecen.

En la comunicación diaria los silencios expresivos cumplen dos funciones diferentes. 

Por un lado actúan como la respiración de las palabras, impidiendo que los sonidos se apelotonen, creando un ritmo fluido en la elocución, evitando que el emisor se canse e introduciendo al oyente en una melodía hablada que facilita la recepción del mensaje, melodía cuyos puntos de apoyo se encontrarán tanto en la entonación como en el manejo inteligente de las pausas. 

En segundo lugar, permitirán amplificar el mensaje introduciendo elementos provenientes del lenguaje corporal: gestos y miradas. 

No hay palabra sin silencio. El Silencio es la antesala del lenguaje y el recipiente que acoge todas sus resonancias. Los silencios, sin embargo, son acciones, hechos, son un callarse cuyo significado se desvela a nivel sintagmático, es decir, teniendo en cuenta las relaciones que establecen con el resto de las unidades que aparecen en la cadena hablada.

Por eso resulta imposible coleccionar silencios radiofónicos a la manera de Murke, porque separados del sintagma que les dio vida pierden todo su potencial significante. 

Pero no puedo evitar sentir una ternura especial por Murke, el gourmet de los silencios.

 

SILENCIO, SILENCIOS E HISTORIAS  

                                                                                                                                       

La saturación de palabras lleva a la fascinación por el silencio. Eso es lo que le sucede a Murke.

En el mundo de palabras por el que circulan los contadores de historias, es importante controlar esa predisposición natural al verbo.

“La elocuencia no es una cuestión de palabras, sino también de silencios… “, dice David Le Bretón.

Queda claro, la narración oral no sólo es decir, también callar y esta cualidad inherente a todo buen narrador otorga a la oralidad un punto de inflexión paradójico: las palabras silencian, las pausas dicen, y a través de esta aparente contradicción, la partitura de la historia va más allá de lo contado hasta crear un espacio propio, una oquedad, una quietud casi mítica. 

El Silencio.

Siempre.

El Silencio en el origen, aquel que se instaura en quien narra antes de comenzar el cuento y que llega a los oyentes a través de su presencia, como un presagio a las palabras.

El relato que resuena en el silencio de la sala. 

Los silencios expresivos que dinamizan la historia aligerando su peso.

El lenguaje gestual del narrador que incide de manera directa en el oyente: con una mirada se siente aludido, con una sonrisa, cómplice.

El control de la información y de la afectividad que se ejerce a través de los silencios, para estimular la atención de los que escuchan. Cada pausa abre una ventana, una  brecha de deseo, una impaciencia, la emoción de un posible descubrimiento, creando en el auditorio la tensión emotiva de la espera.

Cuando la historia calla por un instante en los labios de quien cuenta, todo se paraliza menos la propia historia que de una forma misteriosa permanece en el aire creando sensaciones, imágenes, como un hilo finísimo que latiera a un tiempo en el interior de todos los presentes.

Y tras el cuento, el Silencio. Siempre.

 

LOS NARRADORES Y EL MUNDO

 

“La libre opción al silencio es uno de los Derechos Humanos todavía no escritos en las declaraciones oficiales cuya exigencia se está haciendo cada vez más urgente”

         José Luis Ramírez: “El significado del silencio y el silencio del significado”

 

Apenas respiramos en una sociedad abandonada a un exceso de sonidos y a la incontinencia verbal. 

La comunicación, indiferente al mensaje que transmite, se establece  no para intercambiar experiencias y ampliar nuestro conocimiento de los otros y del mundo sino sólo para decirnos, alimentando así la ansiosa necesidad de creernos vivos. 

Como contadores de historias decimos amar la palabra. Quizá de algún modo nos toque plantearnos de qué manera restaurar su valor. 

Lo dicho pasa. Sólo el Silencio perdura.  

Si algo se ha extirpado a la palabra es su capacidad de generar Silencio.

 

Artículo publicado en la revista Tantágora